En las elecciones de 1999, el PRI fue arrasado en Cancún por el PRD.
Al municipio de Benito Juárez le correspondían en ese entonces cuatro diputados locales y los candidatos perredistas obtuvieron 34% más votos que los priistas.
Gastón Alegre, quien era el candidato del PRD a gobernador, obtuvo en Cancún 74% más votos que su adversario del PRI Joaquín Hendricks Díaz, quien ganó la elección gracias a combinaciones más favorables en el resto del estado.
Sin embargo, a pesar de esa desastrosa elección, milagrosamente el PRI ganó la presidencia municipal de Benito Juárez con Magali Achach Solís, con una diferencia de apenas 559 votos, es decir 2% más que Elba Capuchino Herrera del PRD.
El común de la gente no entendía cómo es que se dieron esos resultados, no alcanzaba a comprender cómo es que el PRD, el partido de moda, el antecedente más directo de Morena, obtuvo 9,000 votos más en la elección de diputados, 19,000 más en la de gobernador y aún así perdió por 559 la presidencia municipal.
Un dato curioso es que en la elección de presidente municipal votaron menos personas que en las otras dos elecciones.
Las sospechas de fraude eran fuertes y los responsables tenían que dar una explicación para tranquilizar las aguas.
Fue entonces cuando empezó a escucharse conceptos como “voto cruzado” e, incluso, el gobernador saliente Mario Villanueva Madrid trajo a especialistas de la Ciudad de México para explicar en conferencia de prensa el extraño resultado.
Y la única manera de explicarlo, decían, era con “ingenieros electorales”, ¿Quiénes eran? Mapaches con título, se decía a manera de broma.
Estos profesionales hacían sumas, restas, escribían fórmulas y trazaban flechas hacia todos lados en un pizarrón frente a reporteros sorprendidos y confundidos que fueron citados en el salón de un céntrico hotel.
La “ingeniería electoral” está hoy más que presente y su diseño es quizá igual o más importante que la definición de las candidaturas.
Ya no se trata solamente de tener buenas o buenos candidatos.
Detrás de ellos debe haber una ingeniería electoral, como ya se vio en las elecciones de junio pasado.
Hay que tener partidos y candidatos que dividan el voto, calcular a quién se lo deben quitar, para que a otro le alcance para ganar con lo que tenga.
En las elecciones pasadas la chiquillada, es decir los partidos políticos pequeños, obtuvieron juntos en todo el estado poco más de 136,000 votos en la elección de los 11 ayuntamientos.
Esa chiquillada prácticamente desapareció. La gran pregunta es ¿Hacia dónde caminarán los votos de esos partidos ya inexistentes?
¿Qué coalición las capitalizará?
¿Será capaz Movimiento Ciudadano de captarlos y sumár más para ser competitivo?
¿Se dividirán entre morena y aliados y la coalición PAN, PRD Y PRI?
Lo sabremos en su momento.
Platea
En aquella elección de 1999, el vox pópuli concluyó en que el PRI rescató la presidencia municipal pagando un millón de pesos a los perredistas, algo así como 100,000 dólares al tipo de cambio de ese entonces, lo equivalente a dos millones de pesos hoy en día.
Resultó una ganga. eran otros tiempos. aquellos protagonistas serían párvulos frente a los actores políticos de hoy que actúan con otras taras, con ambiciones desenfrenadas.
Un prtotagonista activo de esta historia es Uukib Espadas, actual consejero del INE, quien en ese entonces era representante del PRD ante el consejo electoral de Quintana Roo.
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