Las ciudades tienen una vida secreta que es inaprehensible a las miradas apresuradas, esas que pretenden abarcarlo todo de un ligero vistazo. Circula por sus venas un rumor inaudible para los oídos profanos; las ciudades tienen corrientes subterráneas en las que sólo pueden sumergirse quienes conocen sus laberintos.
Cancún es una de estas ciudades misteriosas que llevan una doble vida, que tienen varios rostros. No es lo mismo recorrer la avenida Tulum a las diez de la mañana que en las horas de la madrugada. Después de la medianoche el parque de Las Palapas es un sitio de reunión de seres inescrutables que miran furtivamente para todos lados. Fuman presurosos para enviar señales de humo a desatentos destinatarios.
La Yaxchilán, de la Uxmal a la Cobá, es la avenida de los sonámbulos. Aturdidos personajes la cruzan nerviosos, preocupados porque saben que llegarán tarde otra vez a casa y todavía no tienen la explicación creíble a la mano. Dan la impresión de tener prisa para cruzar el umbral de los misterios del alma. Respiran hondo y se enfilan al túnel que sólo ellos conocen.
Funcionan allí algunos bares lúgubres y una taquería funciona milagrosamente bien desde hace varios años. Hay fondas de mala muerte de comida cubana, donde los presuntos comensales salen y entran presurosos con miradas desconfiadas.
También en esos rumbos se ofrecen en venta puros de baja estofa y remedios caseros para la mala suerte y el mal de amores.
En la Yaxchilán, por las noches, acecha un jaguar con las fauces abiertas.